10 de septiembre de 2010

POLÍTICA NACIONAL: JUEZ IMPARCIAL

Baltasar Garzón al banquillo o la gran astracanada

En la España de los años cincuenta “no había asesinatos de mujeres. ¿Qué es lo que había? Respeto, moral, conciencia del bien y del mal, la idea de que la voluntad de uno está acotada por valores superiores. Y eso estaba asentado en la cultura española y servía, más que de anulación del individuo, de brújula de los comportamientos humanos. Eso ha desaparecido, o está desapareciendo, y el hombre se convierte en una bestia, y como tal bestia liquida al más próximo y al más débil, la mujer, los hijos, los ancianos... Esta es la realidad”.

Quien así se pronuncia es el magistrado del Tribunal Supremo, Adolfo Prego, redactor ponente del auto que abre las puertas de la sala en cuyo banquillo se habrá de sentar el juez Baltasar Garzón, para responder por la instrucción de la causa sobre las víctimas del franquismo. Contestaba con esta disertación a una pregunta que, en una entrevista para la revista de la Hermandad del Valle de los Caídos, le formulaba, sobre la Ley de la Violencia de Género, la periodista Susana Ariza -hija del presidente de Intereconomía y ex parlamentario del PP-.

En esa misma entrevista el magistrado, que a su vez es patrono de honor de la Fundación para la Defensa de la Nación Española (DENAES) presidida por un ex diputado del PP del Parlamento Vasco, hacía una valoración sobre la Ley de la Memoria Histórica, cuya aplicación intentó impulsar el que, en la consideración del magistrado, es un presunto juez prevaricador. Señalaba sobre esta ley que es propia de un Estado totalitario. Y para remarcar esta apreciación, manifestaba que “por ejemplo, en la Unión Soviética, la Enciclopedia Soviética se reeditaba periódicamente para añadir o eliminar teorías históricas en función de los intereses del Partido Comunista. Pero si nosotros nos vamos a acercar a ese método mal lo tenemos”.

Pero su malestar por esta ley no quedó en una mera crítica; cuando fue aprobada por el Parlamento de la nación, sumó su firma a las de César Vidal, Federico Jiménez Losantos y Pío Moa en un manifiesto en el que, entre otras apreciaciones, se afirmaba que la coalición de partidos de izquierdas, el Frente Popular, “tras las anómalas elecciones de febrero de 1936, demolieron la legalidad, la separación de poderes y el derecho a la propiedad y a la vida (...) hundió las bases de la convivencia nacional y causó la guerra y las conocidas atrocidades en los dos bandos y entre las propias izquierdas”. Hablando en cristiano, cuando el gobierno de izquierdas surgido de las urnas se declaró, según el parecer del manifiesto, la guerra a sí mismo desencadenando un enfrentamiento fratricida, la derecha involucionista de la época, que pasaba por allí comandada por Francisco Franco, se limitó a pacificar el país. El surrealismo hecho análisis histórico del alzamiento militar de julio de 1936; perdón, de la “cruzada” que diría el magistrado.

Hay bastante más “perlas” sobre el particular posicionamiento político del magistrado del Tribunal Supremo, pero sólo he pretendido destacar “aquellas” que suponen serios indicios sobre la falta de la debida neutralidad en la causa abierta contra el juez Garzón. Este último abrió una investigación sobre los crímenes del franquismo y el magistrado, que es pieza fundamental en el enjuiciamiento de una presunta prevaricación derivada de estas pesquisas, ha manifestado públicamente su seducción por aquel régimen -en el que había “respeto, moral y conciencia del bien y del mal”- y su rechazo por una ley que no sólo está obligado a respetar sino a resolver sobre su eventual incumplimiento.

Y en estas estamos; un juez que investiga los crímenes del franquismo, unos herederos intelectuales de los verdugos que presentan querellas contra él (Manos Limpias y Falange Española de las JONS), unas querellas que son admitidas por la más alta instancia judicial y un magistrado -que considera el golpe militar de Franco como una especie de acto contrarrevolucionario y al orden por él impuesto como éticamente intachable- que sienta definitivamente al juez, por presunto prevaricador, en el banquillo de los acusados.

¡En su mejor momento de lucidez creativa, Valle Inclán, no podría haber imaginado un esperpento tan colosal! Aunque a decir verdad, esta situación no tiene nivel de esperpento sino de grotesca astracanada.

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