LA DERECHA DESEA EL FIN DE GARZÓN COMO JUEZ PARA SALVARSE DEL CASO GÜRTEL
Parece que avanza la vendetta conservadora contra Baltasar Garzón. Hace años que este polémico magistrado está en el punto de mira de la derecha política, mediática y judicial. Cuando pudo incurrir en algunas irregularidades de carácter procesal respecto a sus actuaciones relativas al caso Gal, era ovacionado con fervor por aquellos que pretenden ahora liquidarlo.
Por ejemplo, Pedro J. Ramírez lo elevó a los altares y lo convirtió entonces -en los tiempos del ¡váyase, Sr. González!-, en un héroe nacional. Hubo encuentros secretos entre ambos, y ciertas conspiraciones, que el director de El Mundo narró entonces y que fueron publicados en un libro de memorias del citado periodista, alma mater en aquella época del llamado Sindicato del Crimen.
Por cierto, José Amedo, uno de los policías condenados como consecuencia del sumario de los Gal, también escribió hará un par o tres de años un libro comprometedor para Garzón…y para Ramírez.
Fue todo aquello una especie de coalición fáctica, donde confluían intereses periodísticos e intereses políticos del ámbito aznarista, entre otros. José María Aznar llegó en 1996 al palacio de la Moncloa a lomos de sus protectores. Entre ellos, estaba Garzón.
José Bono fue el que presentó a Garzón a Felipe González y el que le convenció, ante las elecciones de 1993 –cuando todos los sondeos pronosticaban que sería una clamorosa victoria popular-, que lo nombrara número dos suyo en la candidatura por Madrid. Aquel episodio acabó con triunfo en las urnas del PSOE, pero con posteriores tensiones y esperanzas frustradas en torno a Garzón que le costaron muy caras a González.
Volvió Garzón a su tarea en la Audiencia Nacional y reactivó el asunto de los Gal. Pero a nadie -ni en el Tribunal Supremo ni en Fiscalía alguna- se le ocurrió en aquella época investigar a Garzón por la posible incompatibilidad de haber estado desempeñando un alto cargo en el Ministerio del Interior y más tarde ser juez instructor del sumario del ministro Barrionuevo y de su secretario de Estado, Rafael Vera.
Según declaró Bono a Iñaki Gabilondo el lunes pasado, él se reconcilió con Garzón cuando -tras haber roto sus vínculos con el reciente pasado- intentó por todos los medios legales detener al tirano chileno Pinochet. A raíz de esa decisión tan valerosa, Garzón fue situado de nuevo por la derecha cual si fuera el enemigo público número 1.
Garzón no es precisamente un santo. Sin embargo, no es de recibo que en la actualidad vayan a por él los nostálgicos del franquismo o sus herederos, con el respaldo de la prensa afín a Génova. A los populares –que tanto alardean de pertenecer a un partido democrático- les tendría que caer la cara de vergüenza ir contra Garzón de la mano de falangistas y de otros sectores ultras. Le acusan de querer investigar los crímenes de la dictadura, del golpe militar y de la guerra civil. Y además lo presentan como un corrupto en relación a unos cursos dirigidos por él en Nueva York.
Es evidente que los franquistas y buena parte del PP rechazan frontalmente los propósitos de Garzón de proyectar a la luz del día, de forma concienzuda y reveladora, las barbaridades cometidas por los golpistas de 1936. Parece mentira que, a estas alturas del siglo XXI, todavía sea imposible conocer los crímenes del general Franco, aliado de asesinos como Mussolini y Hitler.
Pero hay otra razón muy plausible sobre la ansiedad y la presión de los círculos populares por desalojar a Garzón de la Justicia. Si lograran que Garzón saliera de la Audiencia Nacional condenado, se abriría la puerta de par en par para exigir el archivo o nulidad del sumario del caso Gürtel, al menos en sus inicios, que fueron cruciales y decisivos gracias al impulso de Garzón. Mariano Rajoy sabe que lo mejor que les podría acontecer es el cerrojazo del caso Gürtel, lo que constituiría su salvación.
Necesitan el descrédito de Garzón, avalado por jueces y fiscales. Con la crisis económica y el fin total o parcial del caso Gürtel, Rajoy a la Moncloa, seguro. Por eso, la derecha desea, aparte de Franco, la suspensión de Garzón y su destrucción como juez. O sea, otra vez, y como ya sucedió en el caso Naseiro, ¡bingo!
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