Rafael Fernando Navarro (autor)
Tengo la impresión de que a los bajitos se nos perdonan mejor las lágrimas que a los altos. Pequeñez y fragilidad parecen la misma cosa. Pons es uno, grande y libre. Sobre todo grande. Flanqueado por las columnas del “non plus ultra” resulta impactante. Milita (qué palabrota tan beligerante) en el PP. entiéndase Partido Popular, Partido de los Parados, Partido de los Pobres, Partido de los Pensionistas. Se despliega con la hermosura de un ramo de luz e ilumina hasta los adentros las capas más diversas de la sociedad.
Pons es una oenegé al completo. Como el Padre Angel (siempre que lo veo en TV me entran ganas de regalarle una corbata). Y vela por los pobres, aunque los pobres sean, como ha dicho Ana Botella, los causantes de la suciedad que tiene Madrid. El otro día Pons se acordó de los viejos con derecho a voto. “Un español, y él sabe mucho de españolidad, nunca dejaría sin cenar al abuelo. Pero Zapatero, sí”. Y uno, tan español como Pons, aunque más pequeñito, intuye la mirada hambrienta del abuelo. A lo mejor “fue picador, allá en la mina” como el de Víctor Manuel. Fue tal vez a la vendimia de Francia, soñando en barracones, Manolo Escobar de fondo. O se tragó las lágrimas, maleta de cartón, boina de negro infinito, camino de Alemania desde Atocha. Quedaba atrás la cartilla de racionamiento, una mujer con la vida apoyada en la cadera y una silla de eneas para tomar el fresco en las noches agobiantes. Ausencia de jergón de borra, pero honrada, siempre honrada, bordando embozos de sueños como una Mariana Pineda republicana y entera.
Tal vez el abuelo no tiene historia. Sólo pasado. Y le escuece saberse sin futuro, sólo porvenir. Pasa las horas matando el tiempo. ¿Para qué quiere tiempo el abuelo? Café con leche y galletas. Cocido repetido y repetido, “pringá”, telediario. Viejo camino de la noche. Arrastrando artritis, silicosis oscuras de la mina, disnea y ventolín de consuelo, pero nada. Sigue la asfixia y el aire racionado como cuando el azúcar moreno. Ya está la noche. La noche como siempre. Noche de antiguos barracones en Suiza y Alemania. Con el colchón vacío de parienta que no aguantó la tisis de los años del hambre y se fue despacito para no asustar los nietos.
Un español nunca dejaría sin cenar al abuelo. Pero Zapatero, sí. Lo dice Pons y Arenas y esa emperatriz de Lavapiés que se llama Esperanza. Zapatero es el gran frigorífico nacional. Congela funcionarios, proyectos ministeriales, cheques-bebé y hasta el avecrém caliente del abuelo. Pero D. Esteban tiene el alma una grande y libre. Grande sobre todo. Desde el Partido de los pensionista denuncia. Se puede expulsar a los rumanos de Badalona. Ya ha encargado a Alicia. Se pueden boicotear los productos catalanes por culpa del estatut. Se debe arrasar a los sindicatos, a los liberados sobre todo, por abuchear la privatización de la sanidad cuando Güemes era Güemes y Aguirre presidenta. Se puede apoyar a Camps, a Fabra, a Ripoll. Se puede desterrar a Garzón, a la policía, a los jueces. Hay que acabar con el estado de terror implantado por Rubalcaba. Se debe acabar con muchas cosas.
Pero el PP, partido de los pobres, de los parados, de los pensionistas no puede permitir que el abuelo se quede sin cena. Y si Zapatero lo ha conseguido hay que terminar con él. Váyase, Señor González. Lo dijo por inercia y como homenaje a Miguel Angel Rodríguez. Váyase, señor ZP que viene MR12.
Llegó D. Esteban a su dacha, que diría Umbral. Besó a su esposa y le preguntó: ¿Sabes quién viene a cenar esta noche? ¿Un negro, un marroquí, un rumano?, preguntó ella. No, mujer, no. A esos los estamos expulsando a chorros. Viene un abuelo.
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